La vela roja había encontrado con decoro justo el lugar que le correspondía en este mundo, pero aun así carecía de un propósito. La importancia que se daba a sí misma le sugería que no había sido concebida para ser simple decoración, sino para cuestiones de mayor relevancia, por lo que se mantenía ansiosa esperando la encomienda a la iba a ser asignada. El tiempo pasó y entonces llegó ese día en que nada volvería a ser igual. La dueña de la casa, que era una señora entrada en años, pero con ese porte de matrona impasible entró por la puerta principal con ese extraño objeto cubierto de papel seda oscuro que cargaba con ambas manos hasta que se detuvo frente al altar donde desnudó una enigmática escultura de gran tamaño que colocó justo hacia la mitad del mueble en absoluta y perfecta simetría, convirtiéndola en el centro de todo.
La vela roja que hasta entonces había sido el objeto de mayor jerarquía tan solo se quedó mirando estupefacta como aquella escultura le había venido a robar su protagonismo. A la casa llegaban visitas que de pronto entraban al salón principal para reverenciar y alabar la belleza de aquella escultura y a hacerle todo tipo de peticiones, por lo que colocaban otras velas aunque de menor tamaño como ofrenda. ¿En qué momento pasé a formar parte del decorado general para rendir tributo a este impostor? Se preguntaba la vela roja, y en un esfuerzo mayor elevaba su poderosa llama lo más alto que podía en soberbia altivez para llamar la atención de los presentes, pero las demás velas también hacían lo mismo resaltando sus pequeñas llamas y hasta las flores se abrían asomando sus botones en bellos contrastes de colores rindiendo pleitesía al nuevo objeto venerado de la casa.
Pasadas las horas en aquella agonía del ego herido cayó la noche y el salón se vació de gente. Entonces las velas menores se fueron apagando y las flores se durmieron todas. Tan solo quedó encendida la vela roja sumida en la tristeza y la soledad por el desencanto de saberse relegada a una importancia menor.
Cansada de tanto esfuerzo se disponía a apagarse para dormir cuando cantaron las doce campanadas del reloj anunciando la media noche y fue entonces cuando entre el silencio y la quietud de aquel salón vacío pudo por primera vez sentir la presencia de su mirada... Había sido tan vana y arrogante que ni siquiera se había detenido un instante a contemplar de quien se trataba. Con su resentida llama dirigió su luz para poder mirarlo mejor y entonces se percató de lo hermoso que era. Su rostro era suave y lleno de ternura con largos cabellos castaños que apenas le descubrían la mitad. Sus extremidades extendidas sobre los maderos y totalmente semidesnudo que dejaba al descubierto cada detalle de su estilizado cuerpo ensangrentando de roja sangre, le pareció lo más bello e imponente que hasta entonces había visto. Aquella escultura era diferente a cualquier cosa con la que se había topado hasta entonces. Sugería tratarse de alguien muy especial que aunque parecía estar cautivo por la cruz que lo aprisionaba, parecía redimirse en ella como un rey. Y entonces finalmente comprendió porque todos parecían sucumbir ante su grandiosidad.
Por espacio de muchos días y noches la vela roja había sido destinada para servirle como luz de alabanza, pero ella más bien se sintió como ese faro que durante la noche ayuda a guiar los barcos para encontrar su camino de regreso a casa cuando están próximos a tocar puerto, pues la mirada triste y perdida del Nazareno parecía posarse sobre el fuego de su llama donde encontraba consuelo por lo que entonces la vela se sintió muy halagada y su orgullo se había sanado otra vez. Los demás objetos que adornaban el altar eran simples accesorios que eran cambiados constantemente como nuevas estampas, retratos de personas o flores, pero únicamente la vela roja y el crucificado permanecían el uno frente al otro en una sinergia permanente que los volvió inseparables en complicidad como aquel romance del que nadie más era testigo.
Tan conmovida se sintió que entonces decidió no apagarse nunca más mientras le quedara fuerza de vida, pues no estaba dispuesta a abandonar la mirada de su secreto enamorado por quien había aprendido a sentir una gran devoción y respeto. Finalmente el propósito para el que había sido creada se había revelado y el orgullo que la caracterizó logró transcender al amor hasta el día en que su llama se empezó extinguir por el desgaste de la parafina por haber permanecido encendida ininterrumpidamente por tanto tiempo. Cuando finalmente sus fuerzas se agotaron, la vela roja miró con su debilitada llama por última vez al Nazareno agradeciéndole haber sido elegida y de un soplo se apagó hasta convertirse en una pequeña estela de humo que se fue elevando despacio en una danza de paz hasta posarse sobre la cabeza de su amado y difuminarse en sus labios para besarlos eternamente.